"AMAR ES AMARGO EJERCICIO” (1)
(CARTAS DE AMOR DE  GABRIELA MISTRAL) (2)

Por Soledad Bianchi
Universidad de Chile

"El 'boom' de la Mistral está apenas comenzando" sostenía Enrique Lafourcade en 1978(3).  Ese mismo año, Sergio Femández Larraín publicaba Cartas de amor de Gabriela Mistral, desconocidas e inéditas hasta entonces.

Si la larguísima Introducción agrega demasiado poco al conocimiento de la poeta (4), aunque parcial, el epistolario permite, en cambio, advertir un fragmento de otro sector de sus amplias y desperdigadas prosas.  Conocer estas Cartas de Amor no finaliza en el placer del texto ni se limita al deleite de la lectura; conocerlas puede volverse nuevo punto de mirada para enfocar la obra mistraliana toda. O, mejor: a pesar de saber que se está frente a órdenes, estatutos y concepciones de escritura muy diversos, de las cartas de Lucila Godoy surgen perspectivas, pareceres, comprensiones, muchas veces complementarios de los presentes en la poesía de Gabriela Mistral y, en ciertas oportunidades, develados por los tantos enfoques orientados a su aprehensión.


Lucila Godoy, "la distraída, la de oficio de silencio" (5)

En este epistolario amoroso no habría novedad si el silencio fuera únicamente uno de los temas tratados, pero muchas de estas cartas no sólo hablan de silencio y cuando lo incorporan no sólo lo aluden: en ellas, el silencio está inserto e inscrito materialmente, desde su mismo inicio.

"Mi Alfredo" es el comienzo absoluto de la primera de estas misivas: casi una norma resulta por su frecuencia callar en ellas el apellido del interlocutor, y nada extraño tendría este silencio si no se expandiera más allá de los cinco primeros escritos de esta correspondencia, todos dirigidos al mismo y desconocido enamorado.  Pero el secreto se amplía cuando hasta el nombre es omitido y el recopilador debe hacer esfuerzos para encontrar y establecer la identidad completa de ese hombre que Lucila amó entre sus 16 y 17 años, y de quien Sergio Fernández Larraín deduce que sería "Alfredo Videla Pineda", un "rico hacendado" nortino, 23 años mayor que su enamorada.

Podría criticarse que esta primera reserva no es inusual.  Sin embargo, como, por lo general, en las cartas, los datos del emisor-firmante son más precisos y completos, sería posible relacionar, oponiendo al sucinto apelativo del inicio y la precisa rúbrica final.  No obstante, sólo una vez se encuentra la firma completa "Lucila Godoy A." y, en las otras, el silencio acorta a "Lucila" o, con mayor sugerencia, a “L”.

Siempre se calla, además, el nombre ficticio, disimulo del nombre "real": ni "Alguien" ni "Soledad" ni "Alma" en las cartas dirigidas a Alfredo entre 1905 y 1906 cuando Lucila ya escribía con estos apelativos para periódicos, como el por ella mencionado La voz de Elqui de Vicuña, o El Coquimbo de La Serena.  A pesar del título de Fernández Larraín, en Cartas de amor de Gabriela Mistral tampoco Lucila se vale de este seudónimo para sus misivas posteriores enviadas a Manuel Magallanes Moure, si bien la primera está fechada al exacto día siguiente en que Gabriela Mistral ganara los Juegos Florales de 1914 con sus "Sonetos de la Muerte".  No hay duda: la selección de los nombres establece dos ámbitos bien definidos entre los que la escritora parecía no querer confusiones: Lucila Godoy, para su vida privada; Gabriela Mistral, para ese ente poético ficticio, integrante de una objetividad más amplia, construida y elaborada a través del lenguaje, es decir, el mundo poético, semejante o no al vivido por la productora literaria.

Imaginemos que no hay intento de disimulo en los breves apelativos epistolares a los amantes, que pueden llegar a desaparecer cuando se dirige a Magallanes Moure.  Pienso, en cambio, que no podría decirse lo mismo para la reserva de Lucila Godoy respecto a su propio nombre, puesto que este sigilo está directamente relacionado con el silencio que aspira y desea mantener para que sus sentimientos no trasciendan, obsesionada como estaba con los chismes y el "que dirán".  Quizá su creencia que el entorno está pendiente de ella, no sea sólo autorreferencia: recordemos las aldeas y pueblos pequeños donde residió Lucila Godoy, lugares donde el interés por el otro es muchas veces la única entretención que puede darse.

Justamente, uno de estos gustos por la vida privada de extraños puede manifestarse en la lectura de cartas ajenas.  Entonces, temerosa, Lucila insiste una y otra vez en la posibilidad que otros conozcan los mensajes de y a sus amados y pretende inventar fórmulas y mecanismos que hagan fracasar esa indiscreción.  Luego, es curioso que ella que tanto critica estas actitudes, no vacile en transformarse en mirona, en voyeuse, cuando tiene la posibilidad de contemplar un encuentro a solas entre Romelio Ureta -su antiguo enamorado a quien, ella declara, "quería todavía"- con su novia, y así se lo relata a Manuel Magallanes Moure para hacer notar su incomprensión frente al amor sensual:

"Alojaba yo cuando iba a C. en una casa que eran los altos de la que él ocupaba.

Esta noche de que voy a hablarle salía la familia a la playa.

Temiendo verlo allí, yo no quise ir Yo sabía que él estaba de novio y evitaba su encuentro.  Lo quería todavía y tenía el temor de que me leyera en los ojos (él, que tanto sabía de ellos) ese amor que era una vergüenza.  Desde el corredor de la casa se veía el patio de la suya.  Me puse a mirar hacia abajo.  Había luna.  Vi el sirviente que traía de adentro unas ropas que pensé serían de él -de su patrón-, después le oí gritar.- "Ya me voy patrón".  Comprendí que el patrón no había salido. Me senté y seguí mirando y oyendo. ¡Lo que vi y lo que escuché!  La novia había venido a verlo y por evitar, quizás, la presencia del amigo con quien compartía la pieza, salió con ella al patio.  Por otra parte, tal vez la luna los llamaba afuera.  Trajo para ella un sillón; él se sentó en un banquillo.  Recostaba la cabeza en las rodillas de ella.  Hablaban poco, o bien era que hablaban bajo.  Se miraban y se besaban.  Se acribillaban a besos.  La cabeza de él -mi cabeza de cinco años antes- recibía una lluvia de esa boca ardiente.  El la besaba menos, pero la oprimía fuertemente contra sí.  Se había sentado sobre el brazo del sillón y la tenía ahora sobre su pecho. (El pecho suyo, sobre el que yo nunca descansé).  Yo miraba todo eso, Manuel.  La luz era escasa y mis ojos se abrían como para recoger todo eso y reventar los globos.  Los ojos me ardían, respiraba apenas; un frío muy grande me iba tomando. Se besaron, se oprimieron, se estrujaron, dos horas.  Empezó a nublarse y cuando una nube cubrió la luna, ya no vi más y esto fue lo más horrible.  No pudiendo ver, imaginaba lo que pasaría allí, entre esos dos seres que se movían en un círculo de fuego.  Yo había visto en ella temblores de histérica; él era un hombre frío, pero, claro es que era de carne y hueso.  No pude más.  Había que hacer que supieran que alguien los veía de arriba. ¿ Gritar?  No; habría sido una grosería.  Despedacé flores de las macetas de arriba y se las eché desmenuzadas sobre lo que yo adivinaba que eran sus cuerpos.  Un cuchicheo y después la huida precipitada. ¿Ha vivido usted,  Manuel, unas dos horas de esa especie?  Vea Ud. lo que pasó al otro día.  Iba yo a embarcarme para La Serena, cuando al salir me encontré con él.  Como otras veces, traté de huirle. Me alcanzó y me dijo: Lucila por favor, óigame.  Tenía una mancha violeta alrededor de los ojos: Yo otra un poco roja. La de él, pensé yo, es de lujuria: la mía era la del llanto de toda la noche.  Lucila me dijo, mi vida de hoy es algo tan sucio que Ud. si la conociera no le tendría ni compasión.  Quizás quería contarme todo; pero, yo no le contesté, no le inquirí de nada.  Lucila, le han dicho que me caso.  Va Ud. a ver cómo va a ser mi casamiento; lo va a saber luego. ¿ Qué pasaba en ese hombre a quien faltaban diez o quince días para unirse a aquella a quien, a juzgar por lo que yo oí, quería ? ¿ Qué alianzas son éstas, Manuel?  Ella queriéndolo y explotándolo hasta hacerlo robar, él hablándome de su vida destrozada, a raíz de esa noche de amor, con algo de la náusea en los gestos y en la voz.  Esas son las alianzas de la carne.  A la carne confían el encargo de estrecharlos para siempre y la carne, que no puede sino disgregar, les echa lodo y los aparta, llenos ambos de repugnancia invencible.  Siguió hablándome y acabó por decirme que en mi próximo viaje (que era en fecha fija) me iba a ir a esperar a la estación.  No pudo ir,- se mató 15 días después.

Le he contado esto para que crea usted que puede decírseme todo.  Yo estoy segura de que no podré sufrir jamás lo que en esa noche de pesadilla.  Estoy hecha para esto, para que se quieran a mi vista, para que yo oiga el chasquido de sus besos y les derrame jazmines sobre sus abrazos de fuego.  Aquel en 1909, hoy cualquier otro...

¿Lo estoy ofendiendo, Manuel?  Perdóneme, en mérito de que le evito el relato fatigoso de lo que su carta ha hecho en mí. Los seres buenos se hacen mejores con el dolor, los malos nos hacemos peores.  Así yo.  Perdóneme.

Su L.

20 de mayo de 1915”

En esta décima carta de las 38 recogidas por Fernández Larraín de más del centenar que Lucila dirigió al poeta chileno, nada importa si esta escena es verdadera o simple invención de la joven.  Ya avanzados en el trayecto de lectura, no extraña la actitud de Lucila que, en ocasiones, se complace en su propio dolor, y hasta se pensaría satisfecha con el sufrimiento que llega a autoprovocarse cuando enfatiza sus limitaciones que, según ella, impedirían amarla.  Menos comprensible parecería, en cambio, su necesidad de compartir este hecho si no se descubriera el objetivo preciso que la mueve y la conclusión a la que llega: "Los seres buenos se hacen mejores con el dolor; los malos nos hacemos peores.  Así yo.  Perdóneme".

Innegable es la fuerza y patetismo de esta escena, pero para describirla y para expresar sus sentimientos en cada uno de estos escritos y en el epistolario completo, ¿cómo poder decir el amor sin plegarse a imágenes ya usadas y evitando vocablos recurrentes desde tiempos pretéritos?  Este no es un problema explicitado en este epistolario de Lucila Godoy, pero a casi tres cuartos de' siglo de distancia es un asunto que puede plantearse el lector actual.  Mi sospecha es que Lucila Godoy utiliza, en estos pasajes, otro tipo de silencio, el encubierto por las frases-hechas, los lugares-comunes, los tópicos, las marcas de época, las visiones y expresiones de la tradición.  Efecto de silencio provoca, a mi parecer, el empleo de fórmulas -ya no reducidamente ajenas sino de todos-, o el situarse en perspectivas impresas por otros: por una sensibilidad de época, por ejemplo.  Entonces, la expresión personal y privada tiende a acallarse y aparecen resabios de un romanticismo tardío y del modernismo: mucho de su admirado Vargas Vila, de Amado Nervo, y, sobre todo, y en general, una abundancia de construcciones ya fijas, transmitidas desde lejos en tiempo y espacio en un traspaso que rompe los moldes literarios para incorporarse a la percepción y el lenguaje cotidianos.

El amor ligado al dolor, al sufrimiento e, incluso, a la destrucción; el obligado sacrificio de, por lo menos, uno de los enamorados; el inevitable asedio de los celos; la magnitud colosal que adquiere el sentimiento amoroso, el apocamiento extremo de las cualidades propias, la grandiosa exaltación de los méritos del amado, son algunos de los momentos presentes y de los rasgos que se desprenden de las relaciones amorosas de Lucila Godoy.

nuestra mirada lectora se desplaza y no enfoca solamente el decir explícito sobre el amor, creo ver, además, que algunas imágenes, símbolos, oposiciones, ya estereotipadas por su uso constante, ayudan a la escritora para expresar y describir su diaria realidad individual.  Entonces, el "abismo" o el "lodo" se vuelven aterrorizantes espacios en que la joven concretiza la caída social.  Nada lejos, pues el “fango" tanguero, siempre acechando a la mujer; más cercanos -y, ciertamente, menos prestigiosos, para nosotros- los hundimientos morales en el barro de radioteatros o teleseries más actuales... Pero, ¿qué mujer habla y escribe en estas cartas?, ¿cuál es la imagen de la mujer -Lucila Godoy construida por ella misma?

A diferencia de la letra manuscrita de las Cartas de amor de Gabriela Mistral que -de acuerdo a los facsírniles-varía en sus trazos en los escritos a cada uno de estos dos amantes, el transcurso entre 1905 y 1921 no parece haber influido demasiado en el entendimiento de Lucila Godoy sobre ella, su cuerpo, el amor, la vida, los seres humanos.  No obstante, como en esos mismos manuscritos con palabras rayadas por ella, la escritora raya, tacha, borra fragmentos, partes, zonas, ya no en el papel sino en su propio cuerpo y en el cuerpo del otro.  Al idealizar al amado y desvalorizarse al extremo, Lucila silencia, borra su propia identidad; así, con una o múltiples rayas sobre ella como en la pintura de Roser Brú que representa a la Mistral.  Así, con su cuerpo clausurado también por el delantal de profesora, la vuelve a ver Roser Brú.  Con su cuerpo clausurado, silenciado por una frigidez ya que "el dolor -dice Lucila Godoy, en 1915- me ha dejado puesta la carne un poco muda al grito sensual..." Escindida, Lucila cuando se ve disociada entre "salvaje" y "decente" y, todavía más, cuando privilegia su alma en oposición a su cuerpo, cuando anhela que su espíritu domine su "ángel malo", cuando se siente orgullosa y, al mismo tiempo, se odia en una actitud de humildad extrema.  Pero Lucila también se niega, se ciega, no quiere ver el cuerpo amado al percibir al amante como niño: de este modo, silencia el sexo opuesto, borra la posible relación carnal y rechaza el amor físico por considerarlo perecedero.  Silencia, también, su diferencia la joven escritora para adaptarse a la norma de la provincia.  Se acoge a la norma cuando se contempla fea y, a la defensiva, se califica desde la mirada habitual, ordinaria, y masculina.

De las numerosas cartas a Alfredo, cinco son las que el lector puede conocer.  En una de ellas, fechada en La Compañía, el 20 de marzo de 1906, Lucila predica largamente sobre la imposibilidad de concederle una cita a solas: la vergüenza, el "deber", la "calumnia", "mi honra, la riqueza de la mujer pobre", el "desvío", los "Peligros", el "sacrificio", el "heroísmo", son algunos de los vocablos y conceptos utilizados por esta muchacha de 17 años, atormentada por estrictas imposiciones éticas que no escapan de ser poderosos mandatos sociales de una moral tradicionalista que esta profesora primaria del pueblecito de La Compañía acata consciente y sumisa, y así lo expresa en el mismo escrito:

"Suframos; tanto y más que Ud. sufro yo, no me culpe de nada.  No tengo, ya se lo he dicho más delito que el de quererlo mucho.  El mundo lo manda así, vivimos en él y debemos respetar sus leyes aunque sean absurdos y ridiculeces” (6).

Pero después de reconocer cierta homogeneidad en su decir y sin olvidar la serie de desdichas que acosaron la vida de Lucila Godoy-Gabriela Mistral, importa, ahora, destacar si hay alguna marca personal, algún sello individual en la expresión de estas cartas cuya fuerza, sin duda, está en su intensa pasión, en el profundo sentimiento que quieren transmitir.  Y si en los aspectos más íntimos y privados es claro que el discurso de Lucila no puede evadirse de trayectos ya recorridos, me parece percibir singularidad en su particular concepción del cuerpo y del amor en visiones que, sin duda, colaboran a que estas epístolas se diferencien de otras cartas de amor de la época.  Sin embargo, si se revisa la correspondencia de esta autora, pueden rastrearse muchas de las imágenes que aparecerán en su poesía, imágenes y visiones poéticas que se vuelven personales por un depurado trabajo de lenguaje. ¿Qué duda podría caber, por otra parte, sobre el estilo y el lenguaje originales de la hermosa y magnífica prosa de sus artículos?

Parece obvio, no obstante me aventuro y sugiero que el carácter más propio de los escritos mistralianos fueron trazados por la pluma de Gabriela Mistral.  Lucila Godoy es la rúbrica de la impulsivo joven que expresa su intimidad a su modo, el modo de muchos.  Gabriela Mistral), en cambio, es la mujer que se va haciendo adulta, es la mujer madura, es la visitante de países y ciudades, es la escritora que construye haciendo suyo y dándole un carácter y un orden propios al lenguaje de todos, es la lectora apasionada e infatigable que cambia 0, por lo menos, amplía sus preferencias literarias de la juventud, es la crítica implacable del lenguaje, es la que transforma el estilo.  Y sí bien este seudónimo puede rastrearse hacia 1913, en Cartas de amor de Gabriela Mistral, el documento que cierra el volumen -aunque puede que no sea el último enviado por ella al poeta Magallanes esboza la fusión de Lucila con Gabriela al reproducir por primera vez uno de sus poemas: esa carta del 22 de agosto de 1921 se cierra con "Balada", que unos meses después sería recogido en Desolación.

Desde que comienzan los malentendidos con Magallanes Moure, surge una amistad expresada en las cartas por la incorporación cada vez más amplia del exterior.  Ahora, la poeta habla más de sus colaboraciones y de su actividad literaria, de sus amistades, de sus luchas por ascender profesionalmente y, en ocasiones, opina con rigor sobre los acontecimientos y personalidades culturales y políticas.  Transformada en cronista, no cuesta imaginarla como la muestra el afiche de este Encuentro, tal como cuando ella decía:

"Estoy tomando mate, con los pies sobre las brasas y contándole cuentos para que no se aburra, al mozo que me sirve... " (p. 126)

Pero aunque el amor con Magallanes Moure no pudo ser, la escritora )o rescató y conservó en sus cartas.  Ella, una posesiva que confesaba ser incapaz de poseer, sentía que no podía apoderarse de los seres o las cosas porque pensaba que el hombre estaba imposibilitado de acceder a lo perdurable y que el ser humano sólo podía conocer lo efímero.  En "Cuatro sorbos de agua", una de sus prosas recopiladas en Materias, dice Gabriela Mistral:

"¿Qué otra cosa es el mundo sino eso: un torrente ininterrumpido de gestos, hechos y formas huyentes?  Todo escapa, pero dejando su imagen, cogida o desperdiciada por nosotros... "(p.401)

Sin embargo, la Mistral se revela contra el silencio y toma estas supuestas imágenes y sombras, estas supuestas representaciones de hombres y cosas y las conserva, las escribe, las recuerda.  Van surgiendo así sus opciones poéticas, literarias, políticas y humanas.

"... El ser que se entreteje con cartas queda definitivamente en la vida,...” escribió Lucila Godoy a Magallanes Moure y, efectivamente, este epistolario amoroso la muestra desde una perspectiva insospechada para muchos, que hace ver nuevas facetas de Lucila Godoy-Gabriela Mistral que obligan a reconsiderar su persona y su personalidad y ayudan a descubrir su obra con otros y enriquecedores antecedentes.

 

Notas

1. En el poema "El ruego", de la sección "Dolor” de Desolación, dirigiéndose a Cristo, una hablante le dice: "Y amar (bien sabes de eso) es amargo ejercicio, / un mantener los párpados de lágrimas mojados, / un refrescar de besos las trenzas del cilicio / conservando bajo ellas, los ojos extasiados. " (Subrayado de Soledad Bianchi.). Nótese que la palabra amargo incorpora en ella el vocablo amar.

2. Sergio Fernández Larraín: Cartas de amor de Gabriela Mistral.  Introducción, recopilación, iconografía y notas de Sergio Femández Larraín.  Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1987. 243p. (Si bien más adelante se señala, no está demás precisar ahora que, a pesar del título, ninguna de las cartas publicadas en este volumen aparece firmada por "Gabriela Mistral".)

3. Enrique Lafourcade en El Mercurio (Santiago de Chile, 31 de diciembre de 1978), cuerpo E, p. 1.

4. Hice un esbozo de análisis a este prólogo en "Descubriendo la prosa de Gabriela Mistral": Araucaria de Chile N' 6, Madrid, 1979, pp.9-1 1. A pesar de contener ciertas críticas incuestionables, hoy me parece demasiado datado y no poco intransigente.

5. Gabriela Mistral finaliza su "Recado de las voces infantiles" definiéndose como "... Y yo, la distraída, la de oficio de silencio,...... Este texto fue publicado por primera vez en El Diario Ilustrado (Santiago, 30 de julio de 196 1) y aparece reproducido en Materias. Prosa inédita.  Selección y Prólogo de Alfonso Calderón.  Editorial Universitaria, Santiago, 1978. (Connorán-Letras de América). p.412.

6. p. 94.  Subrayado de Soledad Bianchi.