AMOR DE ERRAZURIZ FOTÓGRAFO (1983)

Patricio Marchant

 

I.     Rigor del exacto distinguir: de la poesía, de la gran poesía, no debe ser dicho jamás que ella pueda ser conocida. Porque resolución, simbolización, de conflictos ejemplares, ante todo, en ella nuestros deseos, e ilusiones, luchas y trabajos, nuestras esperanzas y derrotas se reconocen, se leen -que eso somos, poemas que otros escribieron.  Así, sería necesario hablar de este modo: ese poema fui yo antes, allí, entonces, cuando, en ese tiempo; este poema -poemas ya estas formas de hablar estoy siendo, aquel poema quisiera ser, sueño serlo.  Y si alguna vez, algún día, dignos de nuestro destino, lograremos ser capaces de reconocer la poesía de Gabriela Mistral, con asombro veremos cómo, a cada instante -ése, su descomunal manejo del inconsciente- sus poemas éramos, poemas de Gabriela Mistral nosotros y poemas suyos, también otras obras de arte.  Pues, ¿qué, como su intuición, esto es, su cuidado, fotografió Paz Errázuriz al fotografiar a tres ancianas decrépitas sino fotografiar, del poema Tres Árboles, su contenido latente?

II.    De Paz sólo quiero intentar decir algo de su nombre.  No más, pero no menos; tocando su nombre, habré dicho todo lo que, en estas líneas, puedo decir como ella; que, regla que me he impuesto, dejo a los otros, aquí y en cualquier parte, que ellos, los otros, pretendan, insensatos, escribir algo distinto de lo único que, obligándose a escribir, se deja escribir, se escribe siempre, vano es su ocultamiento: nombres. Paz es ahora, mi nombre.

III.   ¿Por qué – deber que se reconoció tarde a sí mismo- Paz se obliga a acercarse a seres, al parecer, tan ajenos a ella: ancianas moribundas, locos, gente perdida, enanos, artistas de circo, travestidos, esa otra forma de travestidos -problema moral, esta vez-, los tomos elegantes y, ahora, finalmente, desnudos?  Ninguna duda es posible, cuestión de nombres, de esa pobre gente, Paz fotografía sus nombres -"sé como se llaman", me decía; "la que tú llamas Gestas o Judas, se llama Moraima"- (por cierto que de los tontos elegantes Paz fotografía sólo su común nombre: tontos elegantes).

IV.  ¿Qué pasa con el nombre propio?  Por cierto, nadie salvo Dios sabe de su Verdadero Nombre, nadie salvo Dios, tiene un Nombre Propio; ser Su Nombre es la definición misma de Dios.  Total propiedad, soledad, desolación, Dios muere en el instante mismo en que El mismo se nombra a Sí mismo, divino fatal instante -nulidad de su falta, otro que no le falta. Pues todo nombre no "es", opera. Opera como contrato, como cálculo econ6mico, como préstamo: archi-contrato, archi-economía- prestados nombres, Paz me presta su nombre.

V.    El siglo XX tiene, pese a todo, sus gracias.  En filosofía, ésta: reconocimiento que, único problema, origen de la filosofía, de las religiones, de la literatura, de las luchas políticas, etc., problema a todo anterior, cuestión de la propiedad del nombre: Husserl, Heidegger, Lévinas y Derrida. Así, todas las "ciencias del lenguaje", la semiótica, el trabajo de los estructuralistas, para nada decir de esos ridículos, los sociólogos o los cientistas políticos, o, para casi todo decir de la maldad de la canalla humanista, son -el esforzado intento por ocultar: ce qui m'obligue d'écrire, j'imagine, est la crainte de devenir fou, escritura como escritura que saca su fuerza del deseo de lo propio.

VI.  Capaz que alguien entienda la conexión fundamental: sólo como amor se pueden escribir nombres propios.  Entonces, si escribiendo el nombre de Paz estoy escribiendo mi amor por ella, completo mi declaración de amor: lo que ante todo, amo en Paz es su ausencia de indignidad, Paz dice sí, acepta ser amada, quiere ser amada.

VII. Pues el otro no es un ser, una persona un objeto o un sujeto o -Heidegger- un Gegenüber, estar al frente, al cual como Eiztsprecbung respuesta, respondo; el otro su nombre, que me presta, para que yo sea y él sea, contrato.  Contrato por el cual, por ejemplo, mi ternura se apoya, se limita, a un nombre; -limitándose, esa ternura, así como nombre, no me ahoga, desolación.  Desahogado en un nombre, nombre que, por definición, puede morir, el otro, como su nombre muere: lo puedo olvidar, se puede ir, puede morir físicamente -yo soy y me creo, por la muerte implícita del nombre del otro, libre, que la libertad es siempre la experiencia de la muerte, del asesinato, del otro.  Contrato por el cual como su prestado nombre, el otro puede saber de su "propio" nombre en la forma como los otros dicen, indican, señalan, aman, odian, etc., su préstamo.  Y si todo es así, indigno es el que no quiere saber del contrato, del cálculo económico.  Indigno es aquel que no quiere aceptar su muerte inscrita en el deseo del otro y, ante todo, aquel que no acepta ser amado, que no se encuentra digno de ser amado.  Indigno que traicionará, su traición siguiendo las vías abiertas por el amor, y traicionará de este modo: el indigno no dirá las palabras que al otro le faltan, esas palabras que él quiere, necesita oír, palabras que el indigno, su amor, las conoce; el indigno tiene en el puño de su miseria el nombre del otro.

VIII. Un día, logré, al fin, entender lo que me pasaba: o escribía un prestado nombre o silencio total, es decir, locura. Escrito -quinientas páginas me demoró escribirlo-, el tu prestado nombre del caso, nada dijo de mi esfuerzo. ¿Su indignidad, me preguntaba?  Paz me trató de convencer que otras explicaciones eran plausibles. Suaves y bellas, sus palabras no fueron, sin embargo, ellas, no fue Paz, fue el nombre de Paz escribiéndose en la foto que llamó "Cristo escuchando el discurso de Judas" quien me convenció que tu prestado nombre no era indigno; que el tu prestado nombre del caso prefería callar y hacer perder, a los otros, otras cosas en su nombre, bufandas, por ejemplo.

     Te imagino ya, Cecilia, jugando con el matamoscas, con el Mata-indignos, que te regalaré para Navidad.

IX.  Algún rufián semiótica o un canalla humanista (perfecta Unidad Dual: canalla y humanista), dirá que he hablado de Paz, que nada he dicho de Errázuriz-fotógrafo. Respondo, que incluso a los tontos conviene, a veces, responder. Damos por evidente años de lucha -"Bárbara me hubiera gustado llamarme", me decía, y suponemos que varias barbaridades, pese a su cara de inocencia, habrá cometido Paz- sin embargo, ¿por qué, dé pronto, obedeciendo a qué secreta ley, esto es, a qué secreto deseo del otro Paz se obligó a fotografiar, a escribir su nombre en mundos para ella, para su nombre, extraños, a fin de imponer su nombre, para reconocer en esos mundos, su nombre -alegría nuestra de ver el nombre de Paz fotografiado? Pues, evidencia misma, si el nombre propio escribiéndose no necesita para nada coincidir con el nombre personal -policial- de uno, sin embargo, cualquier entendido, cualquier amante de los nombres propios, con sólo ver las obras de Errázuriz-fotógrafo, sabría desde el primer instante, que ese fotógrafo se llama, como su nombre, Paz.

-pero, para mí, entre nosotros dos, para nosotros dos, para siempre, tu inventado nombre: Errázuriz-fotógrafo.

-si Judas fue acusado de robar dinero, de besar por dinero, si Judas fue robo y traición, prostituto fue judas. Prostituto, podemos saber lo que Judas traicionaba, lo que Judas robaba, se dejan oír esas sus palabras en la Ultima Cena: si no hay Dios, si no hay madres, si Cristo no es Dios, todos los nombres son prestados nombres -así hablaba, su discurso, Judas. Y, aunque indigno, sin embargo, enormemente respetable, era Judas, cuando apartándose tragaba sus amargas, sus amarguísimas lágrimas.

-luego, serenándose, Judas reflexionó. No entenderán, se dijo, a lo más, creerán -o los utilizarán como tales- que sus prestados nombres son sus verdaderos nombres, esos nombres que ignoraban. Su resolución estaba tomada: Judas nunca supo que esa mujer, María Magdalena, siempre se hizo -se hace-  llamar María Magdalena.

 

Tres árboles

Tres árboles caídos
quedaron a la orilla del sendero.
El leñador los olvidó, y conversan
apretados de amor, como tres ciegos.

El sol del ocaso pone
su sangre viva en los hendidos leños
y se llevan los vientos la fragancia
de su costado abierto!

Uno, torcido, tiende
su brazo inmenso y de follaje trémulo
hacia otro, y sus heridas
como dos ojos son, llenas de ruego.

El leñador los olvidó. La noche
vendrá, estará con ellos.
Recibiré en mi corazón sus mansas
resinas. Me serán como de fuego.
¡Y mudos y ceñidos,
nos halle el día en un montón de duelo!

Gabriela Mistral

Primera estrofa

Madres son, para el poeta, los árboles. Madres abandonadas, su culpa, su traición -de ellas- por sus hijos.  Y ¿de qué pueden conversar tres abandonadas madres, de qué sino del perdido reino de los árboles, del perdido reino de las madres?

Entonces, a orilla del sendero, sendero por donde pasan los hijos, esperando su paso, esperando que al menos uno de ellos, repare en ellos, los tres árboles conversan "apretados de amor y ciegos".  Interpretación de la interpretación cristiana de la Cruz. Cristo no sufrió sólo un momento, unos días, en la Cruz; Cristo está todavía en la Cruz, muere de abandono, sin terminar de morir, dolor absoluto es Cristo. Pero, en todo caso, en su dolor, Cristo no está solo. Con El sufren Dimas y Gestas. ¿Sufren del mismo dolor, su dolor es el mismo en calidad, en magnitud, que el dolor de Cristo?  Nos detendremos en esta pregunta.  De todas maneras Cristo, Dimas, el buen ladrón que se convierte y Gestas, el ladrón que pierde la oportunidad de salvarse, según la tradición, en el último momento, los tres, los tres árboles, conversan un mismo dolor.  El fin del reino del bosque, de los árboles, la pérdida de los hijos que estaban con ellos en el bosque.  Resuena el grito del salmo 22 (V.21): "Eli, Eli, Lama sabachthani" ¿Resuena sin ser oído, sin esperanza de ser oído, sin esperanza de una respuesta?  No, al final del poema, alguien, que no es Dios, responde ahí donde antes ausencia de respuesta: el poeta del poema responde al grito de los árboles.

"El leñador los olvidó" -el poema repite dos veces la misma frase; en su insistencia, el punctum, la herida, del poema.  El leñador los derribó, pero no se los llevó. ¿Los perdonó acaso?  No; el leñador, hombre de hacha -hacha fálica-, el hijo lascivo que abandona a la madre por otra mujer, cometió el lapsus de olvidarlos. Con este olvido marcó inconscientemente una huella.  Huella de amor, esa huella de amor es la esperanza de los árboles, a esa huella los árboles llaman su esperanza. Huella de un hijo, huella de todos los hijos, los árboles, las madres, esperan -saben de la magnitud de su amor- que algún día sus hijos ese amor, puro dolor, lo comprendan, lo reconozcan, lo amen.


Segunda estrofa

El sol del ocaso -el Dios herido, el Dios Padre, hace visible la sangre de los leños, ese hacer visible, ese mostrar, piensa ese Dios, es su triunfo. Triunfo, sin embargo, que es derrota: en los árboles muertos está visible el dolor verdadero, verdadero dolor que es lo único que importa.  Entonces, el Dios Padre que declina se inclina ante los árboles muertos, ante su "costado abierto"; "costado abierto": corazón de Cristo crucificado que sangra, y de él: su "fragancia", metáfora, otra más, esencial.


Tercera estrofa

Un árbol torcido tiende su brazo inmenso, tanto más inmenso cuanto sin hojas, temblando por las hojas que no tiene y temblando por las hojas de los otros árboles, que no son tampoco esas hojas: "de follaje trémulo"; tiende su brazo, decíamos, hacia otro árbol, rogándole de sus ojos. ¿Quién ruega a quién? ¿Dimas, porque reconoce a Cristo como Cristo, ruega a Cristo? ¿Cristo, porque su dolor, su sufrimiento es mayor, ruega a Dimas?  En este segundo caso un Dios que no sólo sufre, sino que ruega a un hombre, a una creatura humana, es algo difícilmente concebible, pues si se puede aceptar que Cristo ruega a un hombre que se arrepiente, es decir que le ruega que lo deje de hacer sufrir con su pecado, sin embargo aquí el árbol, Cristo, dirige sus ojos, su ruego a otro árbol, a otra madre, no a un hijo, Cristo pide consuelo para él, Cristo que ya no es, El, el Consuelo; y si, el primer caso, que Dimas ruegue a Cristo sería algo ortodoxo, de acuerdo a los Evangelios, pero esto es lo grave, Cristo, en este poema, a diferencia de otros poemas, los Evangelios, no hace nada, no dice nada -ninguna promesa- salvo sufrir con él. Entonces, ¿movimiento de Cristo a Dimas o de Dimas a Cristo? ¿O movimiento alternativo?  Como quiera que sea, lo importante es que en este movimiento Gestas queda excluido, si bien los tres árboles están apretados de amor e igualmente ciegos. Pero si Gestas queda excluido, su abandono es mayor, mayor es su dolor. Abandonado no sólo por los hijos, abandonado por los otros árboles, abandonado como árbol a quien se suplica, como árbol capaz de ayudar, esto es, como árbol capaz de sufrir, así Gestas.  Pero, entonces, si Gestas es el más abandonado, si Gestas sufre más que los otros árboles, ¿qué conclusión se impone? A partir del hecho de la positiva indeterminación de Cristo, ya sea como franca exageración, herejía o conclusión lógica implacable, ¿Gestas no podría ser, Gestas no es Cristo? O acaso el poema sólo está marcando un movimiento de dolor, una intensidad, cada vez mayor, de dolor?  Si fuera así, en este movimiento de dolor, sólo es el dolor lo que importa, no los nombres particulares en que se encarna: así los tres árboles serían, como dolor, un movimiento de dolor cuyo nombre, sólo eso, es Cristo. ¿Qué significa, en realidad, esta marca del poema? Mantengamos las dos hipótesis que hemos señalado: lo esencial es que en la Cuarta Estrofa el poeta abraza a los tres árboles.


Cuarta estrofa

Insistencia en el verso: "El leñador los olvidó"; ¿Cómo pasarlo por alto: esa huella, esa esperanza, ese verso, es el poema de los árboles.  Y vendrá la noche: la hora de mayor sufrimiento y ya no, como en Arbol Muerto, la hora de los árboles muertos acompañados por la luna.  Callando sobre la luna, ausencia de la luna en la hora de mayor dolor, entonces, el poeta, que es mujer, que es madre por su canto -ese poema es su canto- recibirá en sus brazos el corazón de los árboles muertos.  Y como fuego de amor después del fuego del dolor, el día los verá "mudos y ceñidos", como una derrota, pero, también "mudos y ceñidos" como un puño en alto: señal que es de lucha, que la marca del inmenso duelo de los árboles y del poeta, ese su inmenso duelo, es también su inmenso, su total, desafío.