EL COSTADO DESNUDO
A Inés María Muñoz Marín

    Otra vez sobre la Tierra
llevo desnudo el costado,
el pobre palmo de carne
donde el morir es más rápido
y la sangre está asomada
como a los bordes del vaso.

    Va el costado como un vidrio
de sien a pies alargado
o en el despojo sin voz
del racimo vendimiado,
y más desnudo que nunca,
igual que lo desollado.

    Va expuesto al viento sin tino
que lo befa sobre el flanco,
y, si duermo, queda expuesto
a las malicias del lazo,
sin el aspa de ese pecho
y la torre de ese amparo.

    Marchábamos sin palabra,
la mano dada a la mano,
y hablaban las sangres nuestras
en los pulsos acordados.
Ahora llevo sin habla
esa diestra, ese costado.

    Y ahora es el tantear
con pobres ojos de ocaso,
preguntando por mi senda
a las bestias y a los pájaros,
y el oír que la respuesta
le dan el pinar o el traro.

    Otra vez la escarcha helada
más dura que el aletazo
y el rayo que va siguiéndome
de fuego envalentonado
y la noche que se cierra
en puño oscuro de tártaro.

    Ya no más su vertical
como un paso adelantado
abriéndome con su mástil
los duros cielos de estaño
y conjugando en la marcha
el álamo con el álamo.

    Voy solo llevando el vaho
o el hálito apareado,
sin perfil ni coyunturas
en que llega mi trocado,
niebla de mar o de sierra,
rasando dunas y pastos.

    Aunque el naranjal me dé,
cuando cruzo, brazo y brazo,
y se allegue el Cirineo
o dé el niño un grito blanco,
¿quién consigue que no vea
con volverme, mi costado?

    Cargo la memoria viva
en el tuétano envainado
y a cada noche yo empino
y vierto el profundo vaso,
siendo yo misma la Hebe
y siendo el vino que escancio.

    Me acuerdo al amanecer
y cuando el mundo es soslayo,
y subiendo y descendiendo
los azules meridianos.
Y a cada día camino
lenta, lenta, por el diálogo
en que la memoria mana
a turnos con mi costado.

    Cuando me volví memoria
y bajé a tiniebla y vaho,
arañando entre madréporas
y pulpos envenenados,
volví sin él, pero traje,
desde el Hades, como dádiva,
la anémona que es de fuego
de la verdad al costado.

    Ahora que supe puedo
con lo que falta de tránsito:
apenas tres curvas, tres
blancas lejías de llanto
y se me va apresurando
el correr como el regato.

    Han de ponernos en valle
limpio de celada y garfio,
claros, íntegros, fundidos
como en la estrella los radios,
en la blanca geometría
del dado junto del dado,
como fuimos en la luz,
el costado en el costado.

    Van a descubrirse, juntos,
el sol y el Cristo velados,
y a fundírsenos enteros
en río de desagravio,
rasgando mi densa noche,
hebra a hebra y gajo a gajo,
y aplacando con respuestas
el grito de mi costado.

    Hacia ese mediodía
y esa eternidad sin gasto,
camino con cada aliento,
sin la deuda del tardado,
en este segundo cuerpo
de yodo y sal devorado,
que va de Gea hasta Dios
rectamente como el dardo,
¡así ligero de ser
sólo el filo de un costado!