OCOTILLO


    Ocotillo de Arizona
sustentado en el desierto,
huesecillos requemados
crepitando y resistiendo,
tantos gestos aventados
y uno, y solo, y terco anhelo.

    Por sus filos empolvados
sube un caldo de tormento.
En el viento va su lengua
como va el lebrel sediento,
y al remate está el descanso
del ansiar y del jadeo:
¡ocotillo refrescado
de su sangre, no del viento!

    Rasa patria, raso polvo,
raso plexo del desierto;
duna y dunas enhebradas,
y hasta Dios, rasos los cielos,
todo arena voladora
y sólo él permaneciendo;
toda hierba consumada
y no más su grito entero.

    Dice "¡no!" la vieja arena
v el blanquear del castor muerto,
y el anillo de horizonte
dice "¡no!" a su prisionero,
y Dios dice "¡sí!" tan sólo
por el ocotillo ardiendo.

    ¿A quién manda su palabra
que parece juramento?
¿A quién clama lo que pide
que será su refrigerio?
¿A quién llama todavía,
insistente como el eco?
Al nacer, ¿a quién llamó?
¿Y a quién mira y ve en muriendo?

    Cuando para y cae rota
la borrasca, y no hay senderos,
voy andando, voy llegando
a su magullado cuerpo
y lo oscuro y lo ofendido
yo le enjugo y enderezo
-como a aquel que me troncharon-
con la esponja de mi cuerpo,
y mi palma lo repasa
en sus miembros que son fuego.