HERRAMIENTAS
A Ciro Alegría

    En el valle de mis infancias
en los Anáhuac y en las Provenzas,
con gestos duros y brillos dulces,
me miraron las herramientas
porque sus muecas entendiese
y el cuchicheo les oyera.

    En montones como los hombres
encuclillados que conversan,
sordas de lodo, sonando arenas,
amodorradas pero despiertas,
resbalan, caen y se enderezan
unas mirando y otras ciegas.

    Revueltas con los aperos
trabados los pies de hierbas
trascienden a naranjo herido
o al respiro de la menta.
Cuando mozas brillan de ardores
y rotas son madres muertas.

    Pasando ranchos de noche
topé con la parva de ellas
y las azoró mi risa
como un eco de aguas sueltas.

    Echadas de bruces, sueñan
sus frías espaldas negras
o echadas como mujeres
lucen a la luna llena.

    Topándome en la mejilla
afilada, las horquetas,
y un rastrillo masticando
toda la pradera muerta
las unas bailan de mozas,
las otras sueñan de viejas,
torcidas, rectas, bruñidas,
enmudecido coro: herramientas.

    Persigno mis pies errantes
ajetreados con ellas
y con la azada más pura,
porque descansen y duerman
voy persignando mi pecho
y el alma que lo gobierna.

    Toque a toque la azada viva
me mira y recorre entera,
y le digo que me dé,
al caer, la última tierra;
y con ternura de hermana
yo la suelto, ella me deja:
azul tendal, adormecido,
hermosura callada: herramientas.