MONTE ORIZABA (1)


Indio libre cargando
su fe con su esperanza
y al absoluto cielo,
y al Dios que te dio el ansia:
sin postración adoras,
sin abajarte alzas
y la marcha detienes
donde alcanzaste gracia.
Divino Quetzalcóatl
sin brazo de matanza.
Santo y seña del cielo,
¡Monte Orizaba!

Ofrendador que ofrendas
sin mano ni palabra,
los pies como raíces,
franciscanos las sayas;
pasión en el arranque
el vuelo y la arribada.

Peán y canturía
y el ¡evohé! lanzado,
y entre nubes bacantes
escondida la danza:
ya te buscan las nieblas,
ya te alcanzaron y andas:
¡devuélvele, regresa
asístenos, Constancia!

Caracol con que juegan
demiurgos, manos altas,
pizarra de Dios llena,
vertical palabra,
escala de los muertos,
azuladas espaldas:
y mándanos mensaje
rodando por tus faldas.

Alumbren las mujeres
junto del Orizaba.
Los nacidos lo llamen
con su primer palabra
y el nombre de cuatro hálitos
tornee sus gargantas.

Vamos, vamos subiendo;
quema y quema jornadas,
por tus rodillas lentas
y la rojez de tu ansia
y los morados hálitos
que te vuelan la cara.

Se guardan espinales
la primera jornada
y a más que sube más
el pecho se te aclara
y donde desfallece
es que se vuelve su alma.

Parece sueño nuestro,
parece eterna fábula,
pero tras de las nubes
vigila y salva,
y nuestra paz desciende
de su frente y sus faldas.
Danos de beber, danos,
con escorzo de plata,
la jofaina de Tlaloc
llena de acérrima agua.
Bebamos en el punto
del milano y el águila
y que tu sorbo puro
nos labre las entrañas:
Padre de hielo y fuego,
¡Monte Orizaba!
Manda la noche grande,
suelta las mañanas,
en dos tiempos su gloria
entrega y arrebata.

Su sombra grave y dulce
rueda como medalla;
ella cae a las puertas
las mesas y las caras:
ojos hace de amianto
dorsos de plata.

Cebrea los pastales,
enjoroba las parvas,
enmiela los racimos,
tornea las manzanas,
y recuenta sus pueblos
como Abraham y Sara.

 

Nota

(1) Gabriela Mistral aprobó el poema.