LA TENCA
Como que ella nada fuese
por la color deslavada,
quédate bajo el peral
hasta que cante en su rama.
-¿Y
cuánto espero? ¿Hasta que
de cantar le dé la gana?
-Pero no
nos ve y por eso
ya empieza desaforada.
-Mama, mejor
canta el tordo
cuando mira a su nidada.
-Qué
ganas de hacer disputa,
mi niño, cuando eso canta.
Aunque cantaban arriba,
yo bajé de donde estaban
y bajé, chiquito, sólo
por ver mi primera Patria,
y porque te vi vagar
como los cuerpos sin alma.
Calla tú ahora, que ya
no revuela y canta y canta.
¿Le has matado alguna cría?
Di.
-Pero esa no cantaba.
-No cantan
cuando es tu antojo,
sino haciendo la nidada.
-Tanto que
ya me enseñaste,
pero no a cantar tonada.
¿Tú no aprendiste a cantar
con esos que arriba cantan?
-Cuando ya
calle la tenca
sigues tú. ¿No dices nada?
Tan lindo cantó la madre
que yo, fijo, la escuchaba,
trepándome a sus rodillas
y escuchando embelesada.
El canto no me dormía,
que fui niña desvelada.
Pero calla y déjame
oírme esa bienhadada.
-¿Bienhadada
dices? -Sí.
Tal vez ellas tengan hada.
-Pero fuiste
tú la que
me contaste que no hay hadas.
-Porque querías
hallártelas
y no se buscan, que se hallan...
-Siempre,
siempre tu diciendo
un sí y un no. ¿Por qué, Mama?
-Porque algunas
cosas son
a la vez buenas y malas,
tal como ocurre con hojas
de un lado aterciopeladas
y con el otro te dejan
con la palma ensangrentada.
Casi no parecen hojas,
parecen mujeres malas.
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