LA AVENTURA DE LA LENGUA


Vivo agradeciendo a ustedes, californianos, día a día, y pueblo a pueblo, el interés y el amor que vuestro Estado pone en la enseñanza del español1.

Vengo de hacer una ruta zigzagueada de lenguas diversas, y he visto la suerte del castellano a lo largo de esta cinta de mi viaje, tendida entre el Brasil, Suecia, Inglaterra y los Estados Unidos.

Los dos puntos en los cuales hallé nuestra lengua servida con vehemencia fueron los más opuestos que darse pueda: Suecia y California. En los dos sitios probé una verdadera euforia al comprobar que el castellano gana almas como quien siembra y cosecha a brazadas en ritmos alternos.

Sigue en el mundo la conquista de las tierras ajenas y la de los cuerpos ajenos: la vieja Conquista bruta y ávida no se ha acabado. Es la empresa resabida de brazo y coacción, de manotada y hierro, y sigue siendo odiosa, aunque se emboce de Derecho y de Bien. Prefiero a la eterna maniobra arrolladora de tierras y cuerpos, la empresa ganadora de almas, que es la expansión de cualquier idioma. Esta acción pascual de compartir el espíritu ajeno, esta marcha silenciosa de un habla sobre territorios incógnitos, no significa invasión sino apropiación recta y feliz, y me alegra las potencias: hasta me las pone a danzar...

Comprender fue siempre goce. Si nos hace dichosos entender las funciones vitales de la planta y aprender las maniobras del instinto en los animales. ¿Cómo no va a ser felicidad seguir el alma de una raza en su verbo?

La obra del día en nuestro pobre planeta es hoy precisamente el romper los sellos que guardan las arcas cerradas de ciertos pueblos y ver sus adentros y aprender en esa gruta oscura cuánto allí hay que dé una clave para tratar los jeroglíficos llamados China, o lndostán... o América del Sur.

Eso que llaman búsqueda del conocimiento, y que es, por excelencia, la tarea del hombre, requiere instrumentos sutiles. El primero de ellos es el aprendizaje de idiomas. Ustedes adoptaron este oficio fino mucho antes de que la segunda guerra mundial sacudiese a los adormilados e hiciese ver a los ciegos. Y ustedes van a ser en cinco años más quienes den testimonio recto y claro a los dirigentes de los Estados Unidos sobre los países mal deletreados, mal averiguados, que son los nuestros. Es categoría subida esta de traducir el espíritu de las razas. Pero es también trabajo muy bello, porque se trata de ver y tocar raíces y sacarlas a la luz.

El aprendizaje de un idioma fue siempre una aventura fascinante, el mejor de todos los viajes y el llamado más leve y más penetrante que hacemos a las puertas ajenas en busca, no de mesa ni lecho, sino de coloquio, de diálogo entrañable.

Los sudamericanos no somos gentes de puertas atrancadas, Excepción hecha del indio puro que es huidizo, en cuanto a criatura herida y traicionada, los demás, el mestizo y el blanco del Sur, somos de una índole fácil fluvial. Nos gusta el extraño, por una curiosidad colombina de costas nuevas; viajamos bastante, somos "projimistas", es decir, cristianos que aman convivir. Somos dados al trueque o comercio de las almas, en el sentido que dio a esta palabra aduanera el francés Valéry.

Cuando ustedes, con nuestro idioma a flor de pecho, vayan a nuestros pueblos, allá les pagaremos las marchas forzadas de los cursos de español con la moneda de la cordialidad rápida y de la lealtad. Juntos hablaremos de nuestros problemas, juntos corregiremos los feos errores del pasado, como quien enmienda planas de cuaderno escolar...

En cuanto al volumen del idioma español, no es nada angosto ni leve; el alumno siente, como el bañista de río, que se ha metido en un torrente. La riqueza del castellano es realmente la de una catarata. Mucho creció la corriente verbal por el vaciadero de las generaciones y allí está ahora despeñada sobre un muchacho californiano que la recibe, cegado de resplandor y aturdido de la música vertical.

Las demás aventuras se quedan chiquitas al lado de ésta; son nómadas. Aquí es el trance de volverse niño y aventurar el amor propio, aceptando el balbucear, el caer de bruces a cada rato y el oír las risotadas del corro. Y el reído ha de reír con la clase entera y no enojarse como los vanidosos. (En esto ayuda el buen humor americano, linda virtud).

A ustedes, californianos, no se les ocurre que van a perder la batalla. Como el niño, vais aprendiendo sin saber cuánto, y pudiendo, y alcanzando. Pocas cosas se parecen más a una infancia que el aprendizaje de lenguas, y nada hay tan lindo como el trance de parar en seco la adultez, de hacer una pausa en ella y echar a correr por el espacio liso de la puerilidad, del deletreo y el pinino.

Y aquí también es lo del querer para alcanzar: lo de la bravura y el denuedo americano. La lucha con la lengua arisca y repechada vale por una batalla.

Porque cada lengua extraña es la Walkiria que está a unos pasos del que la codicia, pero la muy linajuda vive rodeada de un cintajo de fuego que pone miedo, aunque no mate a nadie... El corajudo salta y su audacia lo salva.

Entre gestas del alma, la de adquirir lenguas contrastadas me parece maravillosa. Precisamente a causa de que por ella no corre la sangre, sólo el femidillo del esfuerzo, y no se oye chirrido de sables sino a lo más un crujidito de dientes apretados... Y el ganar resulta un negocio fantástico del alma y vale por la toma de un latifundio sin horizonte...

Aprender una lengua se parece también a cualquier desembarco, al azoro de Colón o de Vasco de Gama. Primero es el penetrar en luz y aire nuevos y recibir el alud de mil criaturas inéditas que se vienen encima de golpe, y nos apabullan con su muchedumbre. Vamos y venimos dentro de la lengua novedosa, cayendo y levantando; nos parecemos al marinero mareado. Los sentidos pueden aquí y no pueden más allá. El sonido y el ritmo nuevos nos intrigan de un lado y de otro nos disgustan. Avanzamos en un zigzag de simpatías y de antipatías. Lo antipático es lo diferente, y nada más; la costumbre es una vieja remolona que detesta lo nuevo sólo por ser forastero.

El americano joven está dotado de una linda flexibilidad para esta empresa, y no carga las herrumbres reumáticas del americano colonial Ustedes, en cuanto a pueblo futurista no ponen mal gesto a los paisajes espirituales exóticos y les sonríen como a camaradas. Estas liberalidades, estas anchuras del ojo y del entendimiento, me parecen virtudes magníficas para el nuevo "pionerismo" que viene con las Naciones Unidas y que es preciso preparar. La misión universal de los Estados Unidos representa para cada uno de ustedes una obligación rotunda y urgente. Hay que volverse válido para esta nueva Caballería que son los cursos de lenguas extranjeras, y esta preparación es de inteligencia, de ética escolar y de arrojo juvenil.

En mis veinticuatro años de vida errante, yo supe siempre que nadie iba a enseñarme la verdad acerca de las tierras que recorría, sino su tradición y su costumbre presentes, es decir, sus libros, y la vida al aire libre, o sea cierta familiaridad con los muertos y los vivos de cada región. Lo que sé de Francia me vino de esos dos lados opuestos; lo que hizo mi pasión por Italia, fue eso mismo.

Léanse sus libros españoles y sudamericanos, como quien quiere salimos al encuentro. Lo mejor y lo peor de nosotros allí está. Estas marcas digitales, llamadas lenguas, son más verídicas que las otras de los pasaportes, en cuanto a confusión de las razas.

Al revés de casi todas las aventuras, que son cosa resonante y gesticular, la odisea verbal sólo se desarrolla en una sala de clase; ella comienza en silenciosa y larguísima recepción y pasa después al turno dulce del preguntar y el responder. En el aula de lenguas todo se resuelve, de aparte del maestro, en ir vaciando, con la fineza del pasador de diamantes, el emporio enorme del vocabulario y de aparte del discípulo todo consiste en un alerta casi divino de las facultades, y en esa fidelidad a la cual llamamos vulgarmente 'atención".

Pasados los primeros fosos y empalizadas filudas de la lectura extranjera, viene algo que llamaría la Doctora de Avila "unas grandes suavidades y maravillamientos". Porque una vez molida y tragada, con esófago pantagruélico, la res abierta del Vocabulario se inicia la excursión regustada y lenta por el reino ajeno, cuando la frontera está ya quemada, abierta, libre. Entonces van llegando los yantares, ya no gruesos ni agrios sino delicadísimos; es el ala del faisán español: el arribo a los místicos, honra de la cristiandad universal, el reír con Lope y Quevedo y el aguzar el entendimiento con Gracián y Góngora.

Bien pagados quedarán ustedes de sus jadeos, lo mismo que los marineros de las Carabelas, y ya bien hallados pasarán a la Antilla de las palmas, al Anáhuac del maíz y al Chile de la vid.

Algo quiero deciros sobre los americanismos. Tuve que hablar una noche en la Sorbona, e hice una confesión desnuda de mi criollismo verbal. Comencé declarando sin vergüenza alguna que no soy ni una purista ni una pura, sino persona impurísima en cuanto toca al idioma. De haber sido purista, jamás entendiese en Chile ni en doce países criollos la conversaduría de un peón de riego, de un vendedor, de un marinero y de cien oficios más. Con lengua tosca, verrugosa, callosa, con lengua manchada de aceites industriales, de barro limpio y barro pútrido, habla el treinta por ciento a lo menos de cada pueblo hispano-americano y de cualquiera del mundo. Eso es la lengua más viva que se oye, sea del lado provenzal, sea del siciliano, sea del taraumara, sea del chilote, sea del indio amazónico. (Además,-ustedes no van a quedarse sin el Martín Fierro y sin los folklores español y criollo).

Otra manera no hay -estoy bien segura- de adentrarse en los pueblos sino con la punción lograda por la aguja del idioma. Hablo de la lengua domada y rematada. Antes de llegar al hueso del verbo extraño, no se ha ganado cosa que valga: el fruto sigue colgado en su árbol... La faena es tocar fondo como el buzo y subir de allí cargado del tesoro.

Aparte de la virtud política y cristiana que trae el aprendizaje de las lenguas latinas, éstas avivan las facultades, inyectan ciertas clorofilas particularísimas y acarrean minerales misteriosos que circularán por el organismo del alma, llevando consigo la fertilización de todo un Nilo moral.

La inundación oral y auditiva, el sumírsenos el habla propia por meses o años, pone a veces temor. Parece que cuanto era nuestro se nos va, y no es cierto. Aunque por momentos creamos que la lengua intrusa nos ocupa la casa, la propia no se ha movido. Sólo ocurre que tendremos en adelante, como los ricos, dos casas de vivir, tres o siete moradas, al igual de la Santa, por donde andar agradeciendo las anchuras que nos ceden Dios y la inteligencia, la cultura más la Gracia.


En: Recados para América. Textos de Gabriela Mistral. Mario Céspedes, comp. Santiago de Chile: Revista Pluma y Pincel/Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz., 1978.


Nota:

1 Texto inédito leído en la Universidad de California.