CRISTIANISMO CON SENTIDO SOCIAL

Un aspecto doloroso de la América Latina en este momento es el divorcio absoluto que se está haciendo entre las masas populares y la religión, mejor dicho entre democracia y cristianismo. Como la pauta de las reformas más agudas la ha dado la dictadura rusa aterrorizante, los discípulos de la estepa consideran parte de sus programas no ya la a-religiosidad, sino la impiedad franca, solidaria de esta vergüenza rusa; en la Navidad del año pasado, recorrió las calles de Petrogrado una procesión grotesca, en la que los fundadores de las religiones, Cristo entre ellos, iban personificados con mamarrachos.

Sabido es que el pueblo ruso era, hasta hace poco, uno de los más creyentes de la tierra. Sus jefes, al realizar el cambio de las instituciones, no debieron descuajar en él groseramente el sentido religioso de la vida, sino hacer en él una especie de depuración espiritual, limpiando el culto de superstición, elevando el cristianismo del mujik.

Pero esos jefes, en el aspecto político, han hecho dar a su raza el salto mortal sobre el abismo, cambiando el zarismo brutal, por la dictadura bolchevique, brutal también. La raza sin matices que es la eslava, dio también el salto trágico del misticismo más agudo a la impiedad más cínica. El contagio viene, pues, de la estepa; y como la nuestra también es una raza sin matices -eso que da la cultura exquisita- el caso se reproduce con semejanza muy próxima.


CONSERVANTISMO Y JACOBINISMO

Es grato leer en el libro de un pedagogo norteamericano de tantos quilates como el Rector de la Universidad de Columbia, un elogio de la religión como parte integrante de la educación y también como elemento propicio para la solidez de un pueblo. He leído eso con cierto estupor, porque en nuestra América del Sur el liberal es casi siempre un jacobino.

El jacobino podría definirse así: es el hombre de una cultura mediocre o inferior, sin ojo fino para las cosas del espíritu, el "denso". No ha advertido que la religión es uno de los aspectos de la cultura y que ha contribuido a la purificación del alma popular. Así, él rechaza lo religioso como factor de educación individual lo rechaza de igual modo, como factor social; confunde, el muy burdo, religión con superstición, lo cual es algo parecido confundir los marionettes con la tragedia griega.


ERRORES DEL CRISTIANISMO LATINOAMERICANO

Pero si el pueblo ruso, y con él los nuestros, el mejicano o el chileno, han abandonado con tanta facilidad la fe de sus mayores dejándose convencer por sus violentos "leaders", hay que pensar, con la más infantil de las lógicas, que se les han presentado razones de un enorme poder convincente. No se arranca con esa facilidad una vieja fe, que ha nutrido a tantas generaciones, ni se destiñe ante una masa con esta rapidez una institución de excelencias poderosas.

El deber del cristiano es, en este caso, no lanzar apóstrofes iracundos y desesperados, sino hacer un análisis agudo, como el que se hace después de una derrota, para ver en qué ha consistido la fragilidad de un sentimiento que creíamos eterno.

Yo, que he anclado en el catolicismo, después de años de duda, me he puesto a hacer este buceo, con un corazón dolorido, por lo que mi fe pierde, pero a la vez con una mente lúcida, deseando, más que condenar, comprender el proceso.

Lo que he visto es esto: nuestro cristianismo, al revés del anglosajón, se divorció de la cuestión social, la ha desdeñado, cuando menos, y ha tenido paralizado o muerto el sentido de la justicia, hasta que este sentido nació en otros y le ha arrebatado a sus gentes.

Una fe que nació milagrosamente entre la plebe, que sólo con lentitud fue conquistando a los poderosos, estaba destinada a no olvidar nunca ese nacimiento. Pero a la vez de respetar esta tradición popular, tenía el deber de mirar que, fuera de su origen, la llamada plebe, que yo llamo el pueblo maravilloso, es, por su vastedad, el único suelo que la mantendría inmensa, haciéndola reinar sobre millares de almas. Las otras clases, por selectas que sean, le dan un pobre sustento, y toda religión ha aspirado siempre al número, lo mismo que toda política. Pues bien, ni por tradición ni por cálculo sagaz, nuestro cristianismo ha sabido ser leal con los humildes.


ASPECTOS DE LA RELIGIÓN

Yo sé muy bien que no es la ayuda social la forma más alta de una religión, sé que Santa Teresa, la mística, es una expresión religiosa más alta que una sociedad de beneficencia católica y que San Agustín es mayor que San Vicente de Paul, porque la santa y el enorme teólogo recibieron lo más alto: el mensaje divino dentro de la carne. Pero a las cumbres de la religión, como a los Himalayas de la geografía, no asciende sino un puñado de hombres.

La fe de Cristo fue, entre la plebe romana, y sigue siéndolo para el pueblo hoy, una doctrina de igualdad entre los humanos, es decir, una norma de vida colectiva, una política (ennoblezcamos alguna vez la palabra manchada). Tal aspecto de la religión, el que más importaba a las masas, no se hizo verdad entre nuestros países. La acción social católica en la Argentina es ya intensa: en Chile hace cosa estimable, pero no lo suficiente todavía, y en otros países, que prefiero callar, no existe.

El pueblo trabajador se ha visto abandonado a su suerte, en una servidumbre sencillamente medioeval y ha acabado por hacer este divorcio entre religión y justicia humana. Han ido hacia él los agitadores a declararle que el cristianismo es una especie de canto de sirenas con el cual se quiere adormecer sus ímpetus para las reivindicaciones; los "leaders" le han asegurado que la búsqueda del reino de los cielos es incompatible con la creación de un reino de la tierra, es decir, del bienestar económico.

El pueblo no es heroico, es decir, no es la carne de sacrificio que han sido sólo los hombres sublimes; y no debía esperarse de él que, ante la elección, optara por el otro...

Los malos pastores le han dicho que no hay entre las dos cosas alianza posible, y el pueblo se ha ido con los que prometen pan y techo para los hijos.


TODAVIA ES POSIBLE LA RECONQUISTA

No podemos perder tantas almas, pues por mucho que valieran las nuestras, Dios no nos perdonaría el abandono de las multitudes que son casi el mundo. El catolicismo tiene que hacer la reconquista de lo que, por desidia o egoísmo, ha enajenado, y esto será posible si los católicos demostramos que, en verdad, somos capaces de renunciación, o sea, capaces de la esencia misma de nuestra doctrina.

No bastan las pequeñas concesiones hechas hasta ahora. Lo que la Bélgica católica realiza en favor de sus obreros y campesinos, significa un programa enorme y los que lo conocemos, sentimos vergüenza; lo que hacen los católicos alemanes en este momento es también una cosa heroica y que, en nuestros países, parecería de radicalismo alarmante.

Hay que prepararse a una acción semejante, resignándose a la pérdida de muchos privilegios que nosotros llamamos ladinamente derechos...

El hambre de justicia despertada en el pueblo no se aplaca con una mesa estrecha de concesiones; el pueblo, además, sabe que conseguirá reformas esenciales con la prescindencia nuestra, y su actitud no es ya la de la imploración temblorosa. Tenemos que habituamos al nuevo acento de las masas populares; hiere los viejos oídos, un poco femeninos de puro delicados, mas tienen que oír esos oídos.


CRISTIANISMO ESTÉTICO O DILETANTISMO RELIGIOSO

Todo el bien que hoy día puede hacerse al catolicismo y al cristianismo en general, es un sacrificio de intereses materiales. O se da eso, o se declara lealmente que la doctrina de Cristo la aceptamos sólo como una lectura bella, en el Evangelio, o como una filosofía trascendente que eleva la dignidad humana, pero que no es para nosotros una religión, es decir, una conducta para la vida.

Si somos dilettanti de la Escritura, recitadores estéticos de una parábola, por su sabor griego de belleza pura, es bueno confesar nuestro epicureísmo; nos quedaremos entre los comentadores literarios o filosóficos de la religión.

Si somos lo otro, los cristianos totales del Evangelio total iremos hacia el pueblo. Ordenaremos un poco sus confusos anhelos sobre reformas de nuestro sistema económico y, mezclados con ellos, hemos de discutir primero y conceder en seguida.

A los egoístas más empedernidos será bueno decirles que, con nosotros o sin nosotros, el pueblo hará sus reformas, y que ha de salir, en el último caso, lo que estamos viendo: la democracia jacobina, horrible como una Euménide y brutal como una horda tártara. Elijamos camino.


(La Nueva Democracia, Nueva York, junio de 1924)


En: Luis Vargas Saavedra Prosa religiosa de Gabriela Mistral. Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello; 1978.