GABRIELA ANDA POR EL MUNDO

Por Roque Esteban Scarpa


A Gabriela, la vocación del desasimiento le venía por la sangre, de esa misma sangre donde ya iba la tentación del canto. La que nació en Vicuña, vivió en Montegrande y comenzó a enseñar en escuela aldeana de Compañía Baja, parecía destinada, como "hija de gente pobre y con padre ausente y un poco desasido " a ser mujer de arraigo y horizonte cerrado entre el encantamiento de los montes que encubren todo camino en el valle de Elqui. Pero Lucila Godoy llevaba esa vocación cantarina y andariega del padre, y, primero, se puso a huir por los cielos, para después moverse y aposentarse en distintos lugares de la tierra, sin perder los celestes. Si ha dejado obra, es la que le quitaron de las manos, Porque la más vasta es la de su permanente otoño de papeles, que otras manos, piadosas, rescataban de los lugares olvidados. Tenía vocación de movimiento, ella, la maestra que, por años, debía ser ágil sólo a través de la palabra y su obra en las almas; pero las circunstancias la ayudaron enemigamente. Tantos tropiezos le pusieron en su valle ("a la directora no le caí bien. Parece que no tuve ni el carácter alegre y fácil ni la fisonomía grata que gana a las gentes. Mi jefe me padeció a mí y yo me la padecí a ella. Debo haber llevado el aire distraído de los que guardan secreto, que tanto ofende a los demás. A la aldea también le había agradado poco el que le mandasen a una adolescente para enseñar en su escuela. Pero el pueblecito con mar próximo y dueño de un ancho olivar a cuyo costado estaba mi casa, me suplía la falta de amistades..."); en su provincia tantas incomprensiones, que no es el instante de recordar; tantos reparos a su carrera pedagógica por carecer de título universitario, a sus nombramientos de Directora, que la incitaron a buscar fuera de Chile la paz que no lograba dentro.

Las tentaciones se produjeron cuando regía el Liceo de Niñas de Punta Arenas. El argentino Constancio C. Vigil, con el variado temario de sus revistas, la llamó a Buenos Aires; el poeta y embajador mexicano en Santiago, Enrique González Martínez, interesó a Vasconcelos para que la rescatara de los fríos magallánicos y las lluvias de Cautín, y México será el primer país que la acoja, le dé jerarquía, ponga su nombre a una escuela y le levante un monumento ante sus ojos (que después no querían efigie que la inmortalizara) cuando apenas sobrepasaba los treinta años. El Instituto de las Españas, en Nueva York, por iniciativa de Federico de Onís, en 1922, edita Desolación. Su primer libro de poesía se imprime fuera de Chile; su primer libro de prosas y poemas, en que entrevera los ajenos con los propios, como lo había hecho en la revista Mireya, en Punta Arenas, será "Lectura para mujeres", edición mexicana, para uso de la Escuela-Hogar que llevaba su nombre. La primera proposición para el Premio Nóbel surgió de mujer ecuatoriana. Chile sólo le concede el Nacional de Literatura seis años después de aquél otro universal.

Parte de las páginas que se recogen en este libro son fruto de la necesidad, de una necesidad interior y económica, pues el Consulado que le asignan y al que, en 1935, le dan carácter vitalicio y cierta facultad de libre elección de asiento, nunca pudo ella entenderlo como una canonjía, sino como una responsabilidad muy seria que cumplir. Como no, era aquél de categoría o los lugares escogidos por propia voluntad de simpatía o clima no eran de pingües ingresos, debía suplir la carencia de medios con artículos para siete diarios del continente americano. Se olvida que, bajo su cuidado, estuvo el equilibrar las necesidades familiares, mientras su madre y su media hermana Emelina vivieron.

Tuvo, en ocasiones, la voluntad de arraigarse en Chile, y jubilada como maestra, establecer su propia escuela rural con sus normas, nacidas de la experiencia y no de la "calva pedagogía".

Lo había decidido en 1925, después de su regreso de México, Estados Unidos y primer viaje a Europa. Pero no pudo convertirse en "criatura estable de mi raza y mi país". Ha de concurrir a la Asamblea de la Liga de las Naciones, ocupar la Secretaría del Instituto de Cooperación Intelectual en Francia, luego desempeñar misiones en los Congresos: Educacional de Locarno; de Federaciones Universitarias de Madrid; del Instituto Cinematográfico de Roma; viajar por Centroamérica y Las Antillas, sin Prisa y sin reposo antes de 1932, fecha que inicia su carrera consular. Regresará a Chile sólo en 1938 y durante la segunda Presidencia de don Carlos Ibáñez del Campo. En la primera de esas fechas, en unos Cursos Sudamericanos de Vacaciones en Montevideo, dirá: "Desde que soy criatura vagabunda, desterrada voluntaria, parece que no escribo sino en medio de un vaho de fantasmas. La tierra de América y la gente mía, viva o muerta, se me han vuelto un cortejo melancólico pero muy fiel, que más que envolverme, me forma y me oprime y rara vez me deja ver el paisaje y la gente extranjera. Escribo sin prisa, generalmente, y otras veces con una rapidez vertical de rodado de piedras en la Cordillera. Me irrita, en todo caso, pararme, y tengo siempre, al lado, cuatro o seis lápices con punta porque soy bastante perezosa y tengo el habito regalón de que me den todo hecho, excepto los versos... ". Esta expresión sobre un destierro que carga sobre sí todo lo ausente, recalca que el exilio corporal nunca lo fue en lo afectivo ni de reniego de raíces; por el contrario, de reanimación de ellas, como si fueran una herida que la desvelaran. No podía sustraerse; no le servían de bálsamo los honores, pues los vincula a la llaga del pasado. Sostendrá en Guatemala: "Me acaece en la madurez de mi vida, recibir honras que me exceden tanto como excedió el abandono de mi juventud". Lo que pide a esas honras es la calidez de la compañía y la tolerancia a sus hábitos de regaloneo, como compensación a su mucha soledad antigua. Y eso lo requiere y lo requiebra a cualquier tierra que no le sea ajena en espíritu, como no lo es cualquiera de América. "Yo he pisado San Juan como si llegase a cualquier parte de la América del Sur porque vengo a curarme aquí la nostalgia de mi gente, después de ocho meses en tierra extranjera, y vengo a cargarme de nuevo, como los dínamos, del sentido de mi raza, porque me importa fuertemente no descastarme". Y lo que dice a las mujeres portorriqueñas, lo dirá en Belo Horizonte: "Mis diez días los he vivido felicísimos, con niños, muchachos, maestros y colegas de mis tres oficios. Me habían contado a Minas como una gran esquiva, que al extraño le deja ver el flanco y no el rostro y que se guarda la intimidad, lo mismo que el topacio y que el "agua marina", pecho adentro, para que el corazón lo halle sólo quien lo merezca. Esta Minas de la estampa clásica me ha fallado, para mi bien. Ella ha sido, para mí, precisamente su opuesto: me han dado la honra de su confianza y el regalo de su cariño. Y mi mayor flaqueza de chilena y de mujer, tal vez sea ésta: busco la familiaridad inmediata, quiero la buena fe; pido, como todos los errantes, la casa tibia en que entrar, pues llevo años de ruta helada y de tiento y polvo en el rostro. Gracias, pues, a cada niño que me dijo, sin más, "Gabriela", y a cada maestra que vio su oficio en mis gestos".

Ella viajará por derecho, por derecho "de desagravio", escribirá donosamente, pues pertenece a "los que estuvieron sentados de veinte años arriba", y seguirá viajando, porque descubre dos períodos interesantes en el amar al viaje, un trimestre inicial, que no debe medirse en tiempo cronológico, sino de novedades, de penetraciones, y pertenece al viaje-sport, y el paso de ese viajar deportivamente hacia el viaje-pasión y los compara a quien "tiene todavía el aliento ascendente de un poema comenzado con plenitud de los sentidos: éste es el corazón mismo del poema, grave de enjundia. Después de ellos tiene esa tragedia de la semi-inercia dentro del propio movimiento, miseria de los ojos y de la mente que no pueden con la felicidad que tiene -dicen algunos- peso de ave, pero peso al cabo".

Pedía Nietzsche que desde la juventud el hombre debía conocer qué clima y qué panorama necesitan nuestro cuerpo y nuestra alma. A los que no se les ha dado la posibilidad de escoger o de asentarse, aunque sea temporalmente en ellos, se les ha mutilado una posibilidad de plenitud de armonía, y habrá siempre un lado oscuro en su destino. Otros descubrirán que no podrán aprender nada "sino moviéndose en la divina dulzura de lo suyo", y si lo aprenden, tardíamente, lo llevaran consigo, en bulto de fantasma, como Gabriela, que transcurría asentando el valle de Elqui en cualquier lugar del globo, y así no se descastaba.

Detesta Gabriela a los que viajan con el ojo sin avidez y que necesitarían, para animarse, caminar "los circos sin viento de la luna"; los desatentos, y subraya la palabra pedagógica, a quienes denomina "la humana maleta de viaje que no recibe sino los choques de las estaciones y la marca de los hoteles". Desearía que, en honor de la sacralidad del viaje, se les prohibiera moverse a los bebedores de botellas internacionales con gollete plateado y a los ciudadanos del cabaret, "Porque la borrachera es la misma en cualquier meridiano" y "no hay necesidad de hacer concentraciones de ebrios". En cambio tendrán el derecho, como parcialmente hemos dicho, señalando a los sedentes por años de profesión, "los samoyedos y los patagones, para que el calor sea su cintura siquiera una vez en la línea del Ecuador". Conoce que estas dos excepciones la favorecen, pues ella está entre "los que se han quemado con brasa blanca en el polo y los que han enseñado el complemento directo en una tarima hasta que el aburrimiento se hacía horizonte".

Calla momentáneamente su otro derecho, el de "maestra de geografía, caminadora siempre del suelo verde, metida treinta años en bolsillos de cordillera", pero lo recordará en otra oportunidad. Y de soslayo, al hablar de los místicos del viaje, de los que toman la tierra por cielo, se señala, pues, como ellos, "entiende en calidades del aire, hace jerarquías de paisajes, con la tierra de llanura, la de montaña y la de colinas; ha aprendido a atisbar semblantes y tiene no sé qué goce de bibliófilo, con la diferencia sobrenatural de la cara de los hombres". No ignora que uno debería entregarse al azar, al destino de dorso vuelto, y en una forma de dación religiosa, esperar que surja el objeto providencial del viaje que no se sospechaba y le otorga su significado trascendente, aunque, para ello, se deba aceptar que hay una especie de escuela de humildad en su término: el desembarque en soledad, sin abrazos queridos; el constituirse en el número de la habitación del hotel, como sucede con el reo en la celda de la prisión; la necesidad de quienes buscamos a nuestro lado en un momento dado "escuela para descubrir qué ausentes faltan efectivamente, haciéndonos doler". Tener conciencia de que viajar es profesión de olvido, pues "para ser leal a las cosas que venimos a buscar, para que el ojo las reciba como al huésped, espaciosamente, no hay sino el arrollamiento de las otras", pues "nada penetra en nosotros sin desplazar algo: la imagen nueva se disputa con la que estaba dentro, moviéndose con desahogo de medusa en el agua; después la cubre como una alga suavemente, sin tragedia".

Como pórtico de estas páginas donde el andar es ver, comunicar, ampliarse, afincarse en lo propio, un modo de defensa de la peculiaridad, de la nacionalidad dentro de la extranjería, hemos escogido dos textos que señalan dos momentos de la forma de viajar. En 1931, Gabriela vuela en avión. "Yo he postergado, como los más cerriles y las más cerriles, el viaje aéreo y es la necesidad la que me ha vencido al fin este miedo romántico-rural de una María de Isaac, ya vieja, y de un Martín Fierro de Elqui, todo junto". Ella conocía, por lectura, la embriaguez de volar, pero rechazaba su cuerpo lo que había encantado a su alma. Sin embargo, la necesidad le ofrece tempranamente la experiencia. "Digan lo que digan de la obligada fealdad de la máquina, a estas luces rosadas de las seis de la mañana en San Juan, yo miro hermoso y bien hermoso el aeroplano de mi primer vuelo. Aquí está, en la competente desnudez del aeródromo, al centro del campo, sin cosas que distraiga de verlo y de gozarlo, desnudo de la desnudez metálica, que es la mejor, iluminado y luminoso, con las alas en alto y los pies de rueda posados, como no lo hace el pájaro, y, antes de usarlo, yo lo miro y lo toco al mirarlo porque me gusta querer lo que me va a servir, ¡al revés del ingrato!" El día es quieto, es seguro el aire, y si algo siente, no es que se lo den, sino el deseo de la extrañeza en la nueva aventura. "Yo quiero sentir el aire y el abandono en la cosa versátil", pero piloto y mecánico se las arreglan "para que la maravilla se mate a sí misma", salvo en lo que se refiere a la tierra: pasan los palmares, los altos palmares, y son una especie de pobre maizal ralo y bajo; pasan los toronjales de su arrobamiento y son un huerto de kindergarten; los platanares voluptuosos dibujan una especie de punto de cruz de cañamazo escolar. Sólo resta el "rizo continuado y menudo" de las colinas, porque hasta el aroma abundoso del trópico sólo vive en la capacidad de recordarlo.

Lo de antes era el mar, ese mar cuyos labios "se esponjan como para decir una palabra que nunca entregan, una palabra que se rompe a cada instante", el mar que "ríe como mil niños en torno de nosotros, me da la ilusión de otro coro riente de mi escuela que quedó lejos y que parece seguirme en estas olas felices", el mar que "posee la elegancia de su libertad y la de su hermosura", el mar que "nunca se ha humanizado", el burlón enemigo de los melancólicos, porque no sabe de heridas, "sus surcos son líneas de sonrisa, y para huir toda imagen de dolor, estos surcos estén cerrándose en cada instante, en un juego vivo y hermoso de párpados". La nave en él es hermosa, disimula la fealdad de sus máquinas, la brutalidad de las hélices, escondidas abajo, cuyo fragor va disminuyendo hasta hacerse, en la última cubierta, "imperceptible, apenas un estremecimiento"; la nave hecha "como de juventud cuyo costado lamen fugazmente las algas y no cría el musgo verde de las viejas barcas, que puede llevar el dolor de multitudes, pero lo ignora, "lleva mi pena, y ésta no le hace tembloroso ni un solo mástil".

En estas páginas se funde el vuelo de la poesía con la mirada inteligente, amorosa e implacable de Gabriela, hecha expresión acuñada por ella, exacta, pero sumamente suya, que constituye el valor y el encanto de su prosa. Vamos a andar con ella, a reflexionar, a conocer cómo hace sus humanidades polinizadoras en los países de América, cómo va adquiriendo conciencia de su responsabilidad de permanente maestra con visión de poeta, penetrante y remodeladora en remozamientos, crítica para mover el cambio y romper los tópicos. Quienes han querido reducir a Gabriela a su zona de desolación, no saben lo que la cercenan y minimizan su riqueza. La capacidad extraordinaria de Gabriela, no sólo en la contemplación y en la reflexividad sobre los fenómenos que la interesan, con su pluralidad de requerimientos, sino la manera de enfocar su tema, maravillan. Puede oponerse la magia de la visión de Castilla, explicada por Santa Teresa de Jesús, a la meticulosidad expresivísima de las grutas de Cacahuamilpa, y ambas son significativas y apropiadas; la ironía que va a flor de piel interior en su descripción de la Estatua de la Libertad y en el impulso edificador, ya que no edificante, de un templo norteamericano, a la nota emotiva que valora la cultura indígena de América; la admiración por ciudades de Europa, a veces centradas en una figura humana, con el orgullo de su tierra chilena, cantada con una riqueza de imágenes que la definen en su pluralidad mágicamente y convierten a Gabriela en un Adán nombrador y a la tierra en una existencia cercana a la creación, en tanto no toque a las estructuras sociales, donde su ácido es inmisericorde.

Tiene este libro, que no pretende cerrar visión a sus expresiones, sino incitar a nuevas y distintas lecturas, varios planos: lo americano que nos va transportando a lo español y de allí a lo europeo, para, en despidiéndose del Mediterráneo, retornar a Chile, a un Chile requerido desde distintos ángulos y expresado para distintos ambientes y en diversas formas de comunicación, que exigen estilos o brevedades diferentes; pero, dentro de cada una de estas zonas del definir, se ha enfocado lo particular de una nación, en tanto ella lo haya conocido, sin desvincularlo muchas veces de los problemas comunes: el de la lengua, el de la raza, el de la cultura. En ocasiones se detiene en un jardín de Petrópolis para encontrar, de pronto, un cinamomo, "¡ay! no visto desde Vicuña,'hace cuarenta años"; en otras, acepta que la santa de Avila le diga que ella le hará ver su Castilla, porque es vino fuerte que necesita potencias firmes y "tú vienes de América y tus sentidos son gruesos para una tierra de aire sutil"... "Yo medí mi Castilla caminando; llevo el mapa vivo bajo mis pies, hija. No me cansé de fundar. Tú, mujer de Chile, sin fundar, te has cansado. -Es cierto, madre". Y la mujer de Avila le explica las razones: el haber querido fundar condescendiendo con los hombres, sujetando su impulso, construyendo así sin alegría, en obra que no la aprovecha ni Dios ni el diablo, mientras ella fundaba según el croquis divino que se le pintaba en el pecho, sin buscar a nadie, pues no era para ellos su fiesta, pues es ejercicio de humildad construir y construir. En otra ocasión, aceptando la piedad nacional y sobrenatural a la vez del español, que "aceptó con aceptación rotunda la sangre indígena", señala que la raza mestiza ha devuelto la honra de la alianza y pagado el don de la sangre, "dando, por ejemplo, a la familia heroica del mundo un Simón Bolívar, hombre blanco, libertador y organizador de lo libertado; ha dado como ejemplar de la resistencia al extranjero a un Benito Juárez, zapoteca y tipo de dignidad humana, y ha ofrecido a España un Rubén Darío mestizo, reformador de la lengua que vino en la carabela".

Hay culturas que no entran sino tangencial o tardíamente en su zona de miras y atracciones, si se las compara con la itálica, por ejemplo. Se advierte, en la consideración sobre algunas latinas afines, complacencia en el individuo y no en el globo del pueblo. Mas siempre hay una justificación general o muy particular en la idiosincrasia de Gabriela. Este no es un libro de adulaciones o complacencias. Hay agrados y simpatías o diferencias que se confiesan, pero es, fundamentalmente, un libro testimonio, hermoso, agresivo por momentos, muy en el tono vital que le pertenecía, de mujer agradecida pero sin vasallajes.

Es hora de que comencemos a andar con Gabriela. Ella, en una de sus páginas, echaba de menos en el viaje la persona con quien comentar lo que impresionaba a su espíritu. En su "Poema de Chile", viaja su espíritu con la sombra de su indiecito y su cervatillo, porque no puede andar sola ni siquiera en un viaje de amor pero imaginario, aunque el ímpetu la mueva desde sus raíces. No dejemos andar sola a Gabriela por tantos países y por tantas preocupaciones. Sepamos que, al pasar estas páginas, si nosotros somos, aparentemente, los reales, existentes, ella a nuestro lado está, con menos sombra y más conciencia. Y su luz iluminará nuestros pasos y subirá también desde la andadura al corazón y a la mente, que hará más limpia y comprendedora.

En: Gabriela anda por el mundo. Roque Esteban Scarpa, comp. Santiago: Editorial Andrés Bello, 1978.